1.08.2008
Perdido en la vía de tren
La hora de citación era de madrugada, como de costumbre, para aprovechar las horas solares. Amaneces con un campo de cristal que rebota rayos tricolores por todas partes. Con el calor se forma la bruma y te sube un frío húmedo por los bajos que te congela todito entero, la escarcha se convierte en un brillo ennoblecedor y el suelo esta a punto de obtener status de fango. Buscamos una localización romántica de primeros de siglo, con su frondosidad verde protagonizada por enredaderas, queremos evocar la época del acero con una vieja vía muerta anaranjada por el óxido y olvidada por las nuevas locomotoras. Me subo a la vía para evitar que el agua entre en mis zapatillas agujereadas y me pongo a hacer equilibrismos. Con los brazos en cruz y con un pie después de otro voy dejando atrás al equipo de rodaje que ya a empezado a poner focos. La vía toma una curva, suave y alargada como todas las curvas de tren, no hay inclinación y el andar es relativamente sencillo. Estoy cogiendo velocidad de marchista olímpico y ya no los veo por allá detrás, el mediodía pega desde arriba y empiezo a vislumbrar mar. Me dan miedo los túneles tan largos y los puentes tan altos pero no puedo dejarlo ahora, ya debo haber superado varios premios guinnes. El paisaje ha variado, deja de haber tantas montañas, los árboles están en flor y ya no hablan nuestro idioma. No consigo que se ponga el sol, debo estar yendo hacia el este, ven a buscarme a alguna estación para que pueda verte.
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